En un barrio en Normandía vivía un hombre de saco azul, el color del saco era algo relativo, cambiaba todos los días, las siete jornadas de la semana.
Los Lunes tenía el color del mar, profundo e intenso. En esos días podía sentir el viento en la cara, aunque las hojas del tilo de su calle estuvieran en total suspensión. Respiraba profundo y sentía el aroma a sal y arena, así empezaba su semana impulsado por esa brisa fresca y eterna.
Al otro día volvía lo estático, los papeles ya no giraban y bailaban en las escaleras de Plaza España, su saco viraba al rojo y sabia que ese día iba a ser de alertas, arrepentimientos y por sobre todas las cosas placeres, esos eran días de sangre y múltiples pasiones, esos eran los días en los que tenia las peores peleas con su mujer y se unían de nuevo con el mejor sexo, desgarrador. Por la noche su comida era la más sabrosa y al caminar por la peatonal oscura y techada con una cúpula perlada amaba tanto a las estrellas como a Paula, los Martes rebotaba de emoción en emoción.
Un Miércoles caminando por el parque se sentó en un árbol cortado y se convirtió durante segundos, hacia la tarde camino durante horas y se detuvo de nuevo, contemplo el eucaliptus y se abrazo a el como una enredadera, se dio cuenta que ese lugar y ese dia era el mejor para desaparecer, pasaba desapercibido frente a la gente que corría, eran 24 horas de su natural ausencia, su saco los miércoles era verde.
Particularmente los Jueves no sentía tanto como otros días, eran monótonos, como las miradas y los movimientos de la gente que se cruzaba en el camino al trabajo, el mismo colectivo, las mismas quejas, los mismos recuerdos, se ponía melancólico y no sabía si atribuirlo a la lejanía, el tiempo o su saco amarillo ahora. Siempre, y aunque a veces no hubiese un motivo, llamaba a su madre, hablaba del clima, de la facultad, se tomaba un jarro de cascarilla y sonreía mirando historietas viejas o dibujitos animados. el del sol era el color preferido de su infancia.
Los viernes era todo diversión, desquicio, como si existiese para poder olvidar el día anterior, el viernes no era nada constante, todo era distinto a cada rato, el olor de su perfume, el sabor del café y hasta las canciones que escuchaba se cambiaban solas, no había rutina en su trabajo y mucho menos orden en sus pensamientos y emociones, mientras se bañaba, lloraba, después ponía música y cantaba mientras esperaba el agua para el mate, se llenaba de ira cuando el colectivo no pasaba o un auto lo salpicaba entero, sentía que se detenía el tiempo cuando lo abrumaban sus pensamientos, su panza hervía si durante el día llovía. Los viernes su saco era multicolor.
Los sábados eran los mejores, empezaba todas estas mañanas con una sorpresa, el color de su saco. Era el único día de la semana que no se repetía, no había predicción ni rutina, todos los sábados de ese año su saco lucia un color nuevo y a veces hasta alguno que en su vida había visto. Indudablemente era su mejor jornada, por ser la más impredecible.
Finalmente, los domingos, su saco era negro. Ese día moría, su cabeza daba vueltas todo el día en lo mismo, sentía que no podía respirar, que la gente lo miraba con asco, que su expresión era la de la locura, odiaba los domingos.
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