Un cachetazo seco y cortito en la palma de la mano, a veces dos, asoma amarilla la punta del cilindro, en ocasiones cuando son muchos y están muy apretados hay que hacer alguna pequeña fuerza para que salgan, se despeguen unos de otros, tanto tiempo ahí juntos encerrados en la oscuridad y el hermetismo de la marca, hace que no quieran separarse unos de otros.
Con mucha suavidad se colocan entre los labios y con las manos ya vacías, después de haber tirado el paquete sobre la mesa, empieza el arduo trabajo de buscar la llama, el calor que los hace funcionar.
Con las dos palmas libres simultáneamente se golpean en todos los bolsillos de la prenda que llevamos, luego se introduce una, dos y hasta tres veces en uno diferente hasta encontrarlo alegremente el primer bolsillo que habíamos buscado.
En el caso de fallar en la búsqueda del fuego, la persona interesada en disfrutar del vicio y ya con cierta ansiedad, comienza a mirar alrededor buscando alguien que comparta la misma pasión por dichos cilindros, alguno o alguna que este con los tubitos entre los dedos índice y anular de la mano, en la boca o bien alguien que tenga actitud de pitador. En ese caso se deja pasar a la amabilidad, se pide fuego y se agradece.
Teniendo ya los dos elementos esenciales, pero no únicos, para el correcto funcionamiento de la quema de tabaco se procede a coordinar el movimiento del dedo pulgar de la mano para lograr la chispa y la llama seguido de la acción de tapar con la otra mano algún viento o brisa, sin importar si no existe o haya forma de que exista alguna y aspirar desde la punta amarilla del cilindro mencionada al principio.
Habiendo realizado esta serie de procedimientos, se asegura siete u ocho minutos de calma, placer y un momento de introspección sublime. Cabe destacar que la experiencia y aprendizaje de dicho procedimiento es medianamente acelerado debido a su repetición diaria, de en algunos casos, 15 o 20 veces por día.
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